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JOHN MAIN Silencio y Quietud para cada día del año 22/04/2022

Juan Casiano


Juan Casiano, a quien Thomas Merton llamó “el maestro de la vida espiritual de los monjes, fuente de inspiración en Occidente” y quien inspiró a John Main para regresar al camino de la contemplación, nació probablemente en la actual Rumanía hacia el año 360.


Se piensa que recibió una buena educación porque las distracciones que tenía mientras rezaba estaban influenciadas por las historias y los poemas que había estudiado en su juventud. Viajó a Palestina siendo joven, quizás veinteañero, y entró en un monasterio que resultó ser muy flojo para su fervor por el progreso espiritual, del que Casiano y muchos de sus contemporáneos estaban sedientos. El monaquismo palestino tenía fama por sus oraciones demasiado largas y por excesivas formas externas. Sin embargo, los monjes egipcios atrajeron multitud de seguidores formales así como turistas espirituales.


Los padres y madres espirituales del desierto del norte de Egipto –los “Abbas” y “Ammas”- no estaban interesados en los turistas o en la fama sino en el conocimiento de sí mismos (“mayor que el poder de hacer milagros”) y en el conocimiento de Dios. Los monjes decían que habían huido de obispos y de mujeres para evitar las tentaciones del estatus clerical y de la carne. La sabiduría de las “Ammas”, algunas de las cuales eran prostitutas arrepentidas, no quedó tan bien recogida en los textos como la de sus compañeros masculinos, pero por lo que sabemos de alguna de sus historias podemos decir que fueron admiradas y valoradas con el mismo respeto por sus contemporáneos.


Este movimiento monástico del desierto que atrajo a Casiano lejos de su comunidad de Belén para permanecer cerca de veinte años bebiendo de las frescas fuentes de la sabiduría espiritual, fue un movimiento laico. Los monjes no veían su modo de vida como inherentemente superior al del matrimonio y ni siquiera podían decidir si la vida en comunidad era mejor que la vida en soledad. La cuestión fundamental para ellos era qué pies lavar como símbolo de amor al prójimo a ejemplo de Jesús. Eran cristianos y vivieron las paradojas del Evangelio.


Uno de sus legendarios iniciadores, Antonio del Desierto, renunció a su hogar y a sus posesiones siendo muy joven y fue introduciéndose cada vez más profundamente en la soledad y en la vida en lugares inhóspitos, al igual que hicieron un siglo después los monjes celtas de Skellig Michael, una escarpada isla situada a ocho millas de Kerry Coast (Irlanda). La “Vida de Antonio” escrita por Atanasio es un claro ejemplo de la teoría junguiana sobre la lucha en la mitad de la vida de un alma apasionada por esa integración, individualidad y autoconocimiento que ellos denominaban santidad. Como ha ocurrido en otras épocas de decadencia destructiva y de pesimismo –por ejemplo, en la época de “La Ciudad de Dios”, de San Agustín- la gente se vio empujada a la búsqueda del significado esencial del ser humano.


Después de “saciar su sed” en el desierto, Casiano fue expulsado por fuertes controversias teológicas, primero de Constantinopla donde fue ordenado diácono y después de Roma, donde llegó a ser sacerdote. Su último destino fue Marsella, donde fundó una abadía con dos monasterios uno para hombres y otro para mujeres.


Ante la invitación del obispo local, preocupado por reprimir los efectos nocivos de la relajación del movimiento monástico, Casiano escribió tres grandes obras. “Los Institutos” se centraba en medidas externas para reformar la vida corrompida por los ocho pecados principales (que más tarde se denominarían los siete pecados capitales). Un Tratado contra la herejía nestoriana que muestra su ortodoxia y en el que “tropieza” al exponer la relación del libre albedrío con la gracia, en contra de lo preconizado por San Agustín. Este es el motivo por el que la Iglesia occidental solo celebra el día 29 de febrero en su honor, a pesar de haber sido inspirador para Benito, Tomás de Aquino y Domingo de Guzmán. Sin embargo, en la iglesia ortodoxa es muy venerado y se le conceden todos los honores.


Su tercera obra y mayor contribución a la espiritualidad occidental y a la práctica de la vida mística son sus “Conferencias de los Padres” (Colaciones), las cuales eran leídas diariamente por Benito y sus monjes. Las Conferencias relatan diálogos con algunos de los padres del desierto y combina profundos planteamientos psicológicos con teología y sabiduría bíblica. A través de Evagrio, el más intelectual de los Padres del desierto, la doctrina de Orígenes se introduce en las ideas de Casiano y da forma a su propia comprensión de la oración pura. Según esta sabiduría, el objetivo práctico de la vida del monje es simplemente alcanzar el estado de la oración continua. Analizando esto, Casiano dice que hay una meta inmediata y otra final, la pureza del corazón y el Reino de Dios. Esta ecuación se equilibra en la espiritualidad del desierto: el perfecto amor es igual a la pureza del corazón que es igual a la oración pura.


El mayor problema son los demonios. Estas compulsiones y estados de la mente son cuidadosamente observados y se organizan en un sistema psico-espiritual que muestra la secuencia con la que van surgiendo, interactuando y que pueden ser soportados con paciencia y dominados puntualmente a través del ascetismo, la unión espiritual, la discreción y el autoconocimiento. La tentación, por supuesto, está presente hasta el final –la perfección no es un estado que se alcance permanentemente-. De hecho, es necesaria para el progreso en el camino espiritual. Los ocho pecados principales nos son familiares hoy en día, donde la obesidad (gula), pornografía (lujuria), dinero (avaricia), violencia (ira), estrés y depresión (acedia y tristeza) y fama (soberbia y vanidad) ocupan nuestros pensamientos, caprichos y titulares. La cura, entonces igual que ahora, está en la oración.


Las Conferencias o Colaciones giran entorno a dos enseñanzas (Conferencias 9 y 10) sobre la oración del Padre Isaac. En la primera de ellas, se analizan y describen los principios básicos. “Antes de nuestro momento de oración, debemos prepararnos para ser la persona de oración que deseamos ser. Porque durante la oración la mente estará influenciada por el estado que tuviera previamente”. Toda oración avanza hacia esa “ardiente y silenciosa oración” que “trasciende toda comprensión humana” y es la unión en y con Cristo. Casiano cita la autoridad del Abba Antonio para insistir en que, en este estado, la conciencia de uno mismo ha sido finalmente abandonada porque “la oración perfecta no es aquella en la que el monje se entiende a sí mismo o lo que está rezando”.


A Casiano le impresiona lo que dice el Padre Isaac. Pero se queja de que no le había mostrado el modo de lograrlo. Isaac le felicita por hacer la pregunta más importante. En la siguiente Conferencia Isaac enseña lo que denomina la “fórmula” que consiste en la oración “monológica” (una palabra) de Occidente, como lo fue la Oración de Jesús en Oriente. Él recomendaba la oración “Oh Dios, ven en mi auxilio”, la cual, seguramente por deferencia a Casiano, incluyó San Benito al comienzo del Oficio Divino o el Trabajo de Dios.


La “fórmula” condensa en su simplicidad y pureza todo lo que contiene la mente ocupada y los sentimientos turbulentos. Repetirla de forma continua e incesante nos permite renunciar a toda la abundancia del pensamiento y la imaginación y entrar, a través de la pobreza del espíritu, en la pureza del corazón. En un resumen amplio de la Conferencia, Isaac describe la mayoría de los estados de la mente que experimentará todo aquel que se comprometa seria y regularmente a la oración contemplativa: de la exaltación a la depresión, de la distracción a la somnolencia, del miedo a la inquietud. La “fórmula” se convierte en la guía fiel hacia nuestra meta, a través de todos estos estados. Permanece en nosotros en la adversidad y en la prosperidad y eventualmente entra en nuestro corazón donde resuena incluso cuando dormimos y se despierta con nosotros por la mañana. “Deja que te acompañe todo el tiempo, especialmente al principio y al final de cada una de tus tareas diarias” decía Isaac.


Esta oración es diferente pero está estrechamente relacionada con la lectio o lectura de las Escrituras. Casiano dice que ésta llega a ser más nutritiva e iluminada como resultado de la pobreza de espíritu que nos da la “fórmula”, pues concentra y unifica nuestra atención.


Añade que no es tan fácil como parece pero que sus frutos son mucho más valiosos que el trabajo que implica. Y, anticipando una larga y continua tradición que fluye desde el desierto hasta nuestra árida época, remarca que es un sencillo “método para ser mantenido por principiantes”. Y que, por su virtud inherente, nadie está excluido del logro universal –monjes o prostitutas-: el logro de la pureza del corazón.


Laurence Freeman OSB.




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