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Sabiduría Diaria 30.05.2019


(FOTO: LAURENCE FREEMAN, HONG KONG)

Cada período de meditación es una muerte, un morir un poquito a nuestro ego, a nuestra identificación con el ego y es percibir un poco más profundamente nuestra unicidad con nuestro yo verdadero, con Cristo. Cada período de meditación es una muerte pues enfoca este proceso multidimensional al centro de nuestro ser. Podemos morir a nuestro ego y a la manera en que nos relacionamos con el otro en el comedor. O podemos morir a cada una de las personas con que interactuamos de diferentes modos. Pero en nuestra oración se unifican estos diferentes y variados caminos. Recordemos lo que decía Casiano de la oración pura, de la manera en que nos unifica y concentra, el mantra expresando cada pensamiento y sentimiento que somos capaces de tener. Así que es en nuestra oración que todo este proceso de nuestra vida se ve enfocado justo al centro de nuestro ser. Y es en la oración, nuestra oración, que podemos donarnos completamente, ser un sacrificio viviente. San Pablo lo llama la adoración ofrecida por la mente y el corazón. Al darnos de esa manera, generamos ese gran acto de rendición, de abandono, de dejar atrás nuestro yo.

( The Ego On Our Spiritual Journey II, Meditatio Talks 2008 B, Laurence Freeman OSB )


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